EL HOMBRE DE OJOS OCEÁNICOS

ImagenHabía una vez en un lugar muy lejano, a unos cientos kilómetros del sur, un hombre cuyos ojos verdes desprendían rayos de luz a todo aquel que se cruzaba en su camino. A éste hombre lo llamaban el hombre de los ojos oceánicos. Lo llamaban así porque éstos eran de un color tan limpio y transparente que se podía divisar a través de ellos un horizonte repleto de amor y sinceridad. Pero en realidad había una historia más profunda que esta simple teoría.
El hombre de ojos oceánicos era una persona que irradiaba un alma nítida y una voz ahogada en un sinfín de hermosas melodías. Pero era en su mirada donde se escondía un gran secreto que él mismo desconocía.
Todas las noches cuando la luna asomaba a un cielo oscuro y las estrellas iluminaban los deseos que la gente depositaba en ellas, el hombre de ojos oceánicos derramaba lágrimas que se desprendían por su rostro, formando un mar infinito donde alguien se desprendía de su tristeza convirtiéndola en sueños.
Un día que despertó soleado y animado por la curiosidad que le brindaban noche tras noche unas lágrimas ajenas a sus sentimientos, el hombre de mirada cristalina acudió a un hechicero para intentar desvelar la gran verdad que escondía dicho secreto.
El hechicero, después de varios conjuros, dijo al hombre de ojos oceánicos que ese misterioso hecho debía descubrirlo él, cuando vencido por el cansancio sus ojos de fueran cerrando como un río de lágrimas y su corazón palpitase al vuelo de un ave. Sólo en ese preciso momento, sabría que sus ojos habían nacido para amar y se amados.
Así que sin demora, nuestro hombre de mirada turquesa y aconsejado por el sabio hechicero, se dispuso a dormir como cada noche con el fin de hallar esa verdad que lo tenía tan intrigado.
Tumbado en su lecho y habiendo cerrado los ojos, escuchó como del más absoluto silencio las lágrimas, que corrían como cascadas sobre su rostro, acompañaban al ritmo de una bella melodía.
Asombrado por la espectacularidad de aquel sonido, el hombre de ojos oceánicos, visitó de nuevo al hechicero para contarle lo sucedido.
El hechicero al escuchar ésto abrió la boca desmesuradamente, y frotándose las manos, miró sin vacilar a aquellos ojos enigmáticos apresurándose a decir que sin duda alguna, aquellas lágrimas escondían la clave del misterioso secreto.
Klein, que así se llamaba el hechicero, auguró al hombre de ojos oceánicos que esa misma noche cuando advirtiera resbalar una sola lágrima sobre él, la cogiera y guardara en un pequeño frasco de cristal. A partir de ahí, cada noche debería tararear esa melodía hasta convertirla en canción.
Así es que, cuando la noche comenzó a extender sus sombras, el hombre de ojos oceánicos se dispuso a componer sin cesar, siempre atento a esa lágrima que se estremecía de soledad dentro de aquel minúsculo botecito de cristal.
El hombre de ojos oceánicos, agotado por su afán de encontrar la verdad, fue vencido por el sueño.
Mientras dormía, las lágrimas que temblaban sobre sus párpados se deslizaban silenciosamente por sus mejillas. Y así, mientras vagaba por sus sueños, notó como en su hombro se posó una paloma en un incomprensible caos de luces y sombras.
Al abrir los ojos miró fijamente a la paloma, y ésta, se convirtió en una hermosa mujer que regalaba todo su amor a aquel hombre que la cautivó en silencio.
De pronto y sin aviso, el frasco que contenía la débil lágrima se rompió en mil pedazos y se desencadenó una tormenta como hacía tiempo no sucedía.
El hombre de ojos oceánicos y aquella exuberante mujer, se fundieron en un beso infinito envueltos por un halo cálido de luz ajeno a la tormenta. Nunca más se separaron y cuenta la leyenda que su historia de amor es la más bonita jamás contada.

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