Volverá A SONREÍR

La princesa de ojos tristes y corazón desolado volverá a sonreír.

Te aseguro que lo intenta cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo…

Sé que no es fácil arrastrar el dolor de un alma rota y el peso de un corazón congelado, pero algún día volverás a sonreír.

No importa lo largo que sea el camino, no quieras correr, sólo cierra los ojos, respira y continúa.

Te conozco y sé que a veces te resulta agotador tratar de ser tan fuerte. Tu mirada te delata.

A ratos eres guerra. A ratos eres calma. Incluso a veces, no sabes a donde ir. Pero a pesar de todo, vas a seguir, porque nunca has dejado de hacerlo y algún día volverás a sonreír.

Tu mente nublada te impide ver la luz y se te hace imposible encontrar esa paz que tanto anhelas. Lo sé, tranquila, no desesperes. Estás luchando en una batalla difícil de combatir, pero te aseguro que algún día volverás a sonreír.

Sé que la vida, TÚ VIDA, se esfumó por algún resquicio de tu castigado cuerpo. Como también sé que deseas encontrar una respuesta a tanto dolor, y que por más que lo intentas, no logras hallarla en ningún lugar. Créeme, no busques una respuesta, no la hay.

Jamás habrá una respuesta que tu corazón pueda y quiera entender, pero te aseguro que algún día volverás a sonreír.

Luchaste, de eso no hay duda, y aún así, sientes que todo aquello no sirvió de nada. Deja de castigarte, sabes que no fue así.

Hace tiempo que la tristeza se instaló en tu alma. Ésa que llora en silencio pero que yo puedo oír resonando en mi cabeza una y otra vez porque a mí también me duele. Me dueles.

Para ti ya no hay colores. Solo una espantosa oscuridad que se ha adherido en lo más profundo de tu ser, tratando de buscar desesperadamente una salida para no ahogarse en un mar de lágrimas que llora en silencio por temor al qué dirán.

Y digo yo… ¿qué importa la gente?, ¿qué importa el qué dirán?. ¿Acaso saben de tu dolor?, ¿de tus noches de insomnio?, ¿de tu amargura disfrazada de sonrisa?… Es tu lucha y de nadie más.

Así que nadie se atreva a decir que eres débil, porque no es fácil levantarse cada mañana, vestirse, y salir a la calle con una sonrisa que no es tuya. Una sonrisa por fuera pero llena de caos por dentro.

Y es que desde aquel día el reloj se detuvo para tí, y el invierno, pasó a convertirse en tu estación favorita dando, una y otra vez, continuas pinceladas de grises y oscuros a un recuerdo imposible de difuminar.

No será fácil el camino, pero algún día volverás a sonreír, y la primavera, llamará de nuevo a tu puerta para llenarte de luz con su explosión de colores. Y justo en ese instante, estaré ahí como siempre. Caminando de la mano junto a tí.

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MIEDO

 ImagenEn esta umbrátil y silenciosa noche, escucho como el miedo golpea fuertemente en las puertas de mi angustiado corazón equistándose en cada poro de mi piel y en cada suspiro que da mi alma.

 Asustada y paralizada observo como su doloroso y envolvente veneno se apodera lentamente de este triste ser inanimado en el que me he convertido avanzando sin remordimiento, hasta arraigarse en lo más profundo de mis desahuciadas entrañas.

 No siento frío ni calor, tan sólo una desconcertante sensación de escalofrío que me hace vulnerable en esta maldita vida.

 Intento buscar la luz al final de un largo túnel, pero sólo veo sombras que me rodean con su poderosa oscuridad impidiéndome avanzar y así, poder encontrar una dirección que me guíe hasta el camino correcto.

 De algún rincón de mi desgastado ser, saco fuerzas de flaqueza para ahuyentar a los fantasmas del pasado y correr velozmente intentando hallar esa salida que me conduzca hacia la verdadera y añorada libertad. Pero este temor tatuado en mí, me arrastra y me vuelve a atrapar tejiendo con sus resistentes cadenas un círculo vicioso del que no puedo liberarme.

 Mis ojos hablan y gritan desesperadamente porque mi boca está sellada por los retales de un silencio raramente imcomprendido.

 Únicamente quiero huir, escapar de la cárcel de mi propio cuerpo. Pero este miedo que ha invadido sin permiso cada centímetro de mi petrificado ser, se divierte conmigo manejando a su merced los invisibles hilos de esta frágil marioneta que ya no siente ni padece porque una vez le robaron su sonrisa.

 

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A MI QUERIDO PADRE

ImagenAhí está, sentado en el trono que por derecho le corresponde. Con la mirada pérdida y la cabeza bien alta de haber batallado en la vida como un valiente guerrero. Orgulloso de su legado y de cada huella que ha dejado en el camino.

Siempre mirando para delante y nunca hacia atrás. Porque como él dice, sólo se mira para atrás si es para coger impulso.

Un luchador que no se deja doblegar ante ningún obstáculo, defendiendo a capa y espada el tesoro que a base de esfuerzo ha conseguido poseer.

Resulta imposible no quererle, imposible no adorarle… Porque siempre está presente, para lo bueno, para lo malo, para lo regular….

Un fiel amigo y confidente, pero por encima de todo y de todos un Padre ejemplar de sonrisa tierna y  corazón enorme.

FELICIDADES PAPÁ.

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JULIA Y EL DUENDECILLO RUPERTO

Imagen Al nacer la llamaron Julia. Un bonito nombre que sus padres decidieron ponerle desde el primer momento en que recibieron la feliz noticia de que aquel pequeño ser, que crecía a pasos agigantados en el interior de un cálido y acogedor vientre materno, era la niña tan esperada que siempre habían deseado.
Julia era la menor de cinco hermanos varones, y por lo tanto, la niña mimada de un modesto hogar donde el amor reinaba por encima de todas las cosas.
La belleza de la pequeña Julia no dejaba indiferente a nadie. Tenía la tez tersa y suave como la piel de un melocotón, unos grandes y rasgados ojos color avellana que emanaban una dulzura singular. Su pelo era tan largo y oscuro que al soplar el viento sobre él jugaba a moldearlo pintando simpáticas siluetas que desprendían un agradable aroma a vainilla.
A pesar de tener tan sólo nueve añitos, Julia era una niña con una gracia y un desparpajo inusual que camuflaba, de algún modo, una pequeña deficiencia que la hacía a los ojos de la gente aún más especial.
Lo que hacía tan interesante a Julia a la hora de relacionarse con los demás era la fabulosa habilidad que poseía para dibujar palabras en el aire y así, suplir la carencia de sus malogradas cuerdas vocales.
Julia disfrutaba mucho escuchando música y desde muy pequeñita soñaba con poder cantar y viajar alrededor del mundo. Pero su ausencia de voz añadida a la escasez de recursos económicos de los que disponía un humilde seno familiar, impedían que sus ansiados sueños se hicieran realidad.
Todas las tardes, cuando Julia terminaba sus obligaciones escolares, se refugiaba en la soledad de su minúscula habitación para escribir un sinfín de cuentos fantásticos en los que ella era siempre la protagonista de sus alocadas aventuras.
Todas las historias que la pequeña plasmaba en su ” Cuaderno Secreto”, reflejaban su deseo de convertirse en una prestigiosa cantante conocida mundialmente.
Un día al regresar del colegio, Julia empezó a sentirse mal y aconsejada por su madre se fue a reposar a su alcoba mientras toda la familia la colmaba de atenciones.Y así, entre caricias y arrumacos cargados de cariño interminable la pequeña quedó sumida en un profundo sueño.
Al despertar de su reparador letargo, Julia observó como una densa y húmeda niebla se colaba sin permiso por la ventana de su dormitorio. Asustada pero curiosa avanzó sigilosamente para tratar de adivinar lo que estaba sucediendo. Sin darse cuenta, tropezó torpemente con un extraño ser que se dirigía hacia ella. Julia aterrorizada quiso correr para abrir la puerta y ponerse a salvo de aquella criatura que se encontraba como por arte de magia en su habitación. Pero antes de que alcanzara a salir huyendo de allí, el estrambótico personaje no identificado la cogió de la mano e intentó tranquilizarla.
Cuando Julia se hubo sosegado comenzó a darse cuenta de que aquel atípico ser no parecía tan peligroso como pensó en un principio, ya que se trataba de un pequeño y divertido duendecillo que quería ayudarla a que sus sueños se hicieran realidad.
Este dicharachero duendecillo que decía llamarse Ruperto, el cual apenas levantaba un palmo del suelo, tenía unas enormes orejas puntiagudas que hacían contraste con una diminuta nariz sonrosada y dos pequeñitos y achinados ojos azules.
Ruperto siempre vestía con un ajustado y desteñido traje de color púrpura que parecía estar tatuado en su propia piel, y que al tacto era áspero y arrugado. Su tono de voz eran tan sumamente bajito que resultaba casi imperceptible al oído de cualquier humano.
Una vez que Julia y nuestro gracioso duendecillo Ruperto se hubieron presentado, utilizando cada uno su correspondiente lenguaje, empezó a surgir entre ellos una bonita amistad.
Todas las noches cuando la familia de Julia descansaba después de un largo y agotador día de trabajo, ésta escapaba por la ventana de su habitación donde Ruperto la esperaba subido en una blanca y radiante nube de algodón para volar sobre un cielo estrellado y así, poder viajar alrededor del mundo. Como muestra de agradecimiento hacia el duendecillo por haberle ayudado a cumplir uno de sus dos grandes deseos, Julia enseñó a Ruperto a comunicarse a través del lenguaje de signos dibujando cada palabra en el aire con estrellitas iluminadas que cogían en su paseo por las nubes de algodón.
Pasaron muchas noches viajando a países que jamás pensaron conocer y se divertían tanto que su amistad se hizo inquebrantable. Los días iban pasando y sin darse cuenta ya se había cumplido un año desde que estos dos personajes se conocieron. Para celebrarlo decidieron regalarse algo especial como símbolo de su hermosa amistad. Julia obsequió al duendecillo con un bonito cuento que plasmaba la historia que en su día surgió entre ambos, y Ruperto, emocionado e ilusionado, sopló un avivado y brillante polvo dorado que se introdujo en la garganta de la pequeña haciendo que surgiera de ella una voz prodigiosa en forma de cántico celestial que se escuchó en cada rincón del maravilloso mundo que ambos recorrieron juntos.

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EL ABUELITO JUAN

Imagen Su rostro agrietado y seco estaba marcado por los signos evidentes de una edad avanzada que lo había ido consumiendo lentamente, postrándolo en una cama en la que el color de sus sábanas se confundían con su esquelética silueta.
A pesar de que la vida no le había facilitado el camino poniéndole un obstáculo a cada paso que daba, su mirada aún conservaba la frescura de aquel jóven adolescente que un día quiso comerse el mundo.Pero un interminable e incurable enfermedad sentenció su existencia condenándolo irremediablemente a una muerte segura y lenta.
El reloj que colgaba en la pared a modo de estalactita en la habitación donde Juan gastaba su último aliento de vida, marcaba inexorablemente el paso del tiempo convirtiéndolo de una forma cruel y despiadada en le mayor enemigo que jamás pensó tener.
Pero Juan siempre fue un hombre valiente y luchador que no estaba dispuesto a que una desafortunada enfermedad mermase un espíritu aventurero del cual siempre había presumido y del mismo modo lo había acompañado en sus andanzas por la vida.
Ese espíritu aventurero lo transmitía cada día en forma de interesantes y divertidas historias narradas con el alma, a dos pequeñas criaturas que hacían que el mecanismo de su debilitado corazón funcionase a toda vela.
Sara y Lucas que así se llamaban los nietos de Juan, eran unos niños de unos 6 años de edad de mofletes rechonchos y sonrosados, sonrisa traviesa y los cuales compartían una adoración especial por el abuelito.
Todos los días cuando Sara y Lucas finalizaban su jornada escolar, iban a visitar al abuelo para poder disfrutar de su agradable y enternecedora compañía.
Cada visita que los pequeños hacían a nuestro convaleciente anciano, era un soplo de aire fresco que recorría dulcemente cada poro de su piel, irradiando una placentera sensación de júbilo que le iluminaba la mirada y que hacía que su desgastada dentadura resplandeciese en forma de sonrisa dando luminosidad a su sombría enfermedad.
Para Juan no había medicina más efectiva que el amor que a diario le profesaban incondicionalmente estas dos exiguas personitas de apenas metro y medio de estatura, a las que el abuelo llamaba cariñosamente ” bolitas de algodón”.
Cuando estaba con ellos, Sara y Lucas se convertían indiscutiblemente en el motor fundamental que activaba enérgicamente el complicado engranaje de su frágil corazón.
Pero al caer la tarde cuando los niños se despedían del abuelo, Juan caía en un profundo abismo del que le era imposible escapar. Nuevamente todos sus males volvían a resurgir y el sonido de sus huesos  al crujir se transformaban en la banda sonora que hacía presagiar más cercano su calamitoso final.
Un final que no tardó en hacer acto de presencia cuando en una cálida noche primaveral, la chispa que mantenía encendida la llama de su ajado corazón se fue apagando paulatinamente dejándolo atrapado en un sosegado sueño del que nunca más pudo despertar.

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LA PRINCESA NUBE

Imagen En un país no muy lejano, oculto entre las montañas y entre la espesa arboleda que da la naturaleza, vivía una princesa en su castillo rodeada de grandes lujos y ostentosas joyas.
A su lado siempre su humilde servidor. Un hombre de gran corazón que la protegía de todo aquello que pudiera causarle daño y que además, enseñaba a la princesa en aquel lúgubre palacio unas antiguas técnicas samurais  que a ésta le gustaban tanto.
La relación que existía entre la princesa y aquel hombre era muy estrecha pero siempre salvando la distancia que debía de haber entre la nobleza y entre el servicio del que disponía la Real Corona.
Nube que así se llamaba la princesa, era tímida y reservada a la vez que una luchadora nata que no hacía distinción entre clase baja, media o alta.
Todos lo días, Nube pasaba largas horas de entrenamiento supervisada e instruida por su servidor al que ella llamaba cariñosamente ” Principito”. En ese estricto entrenamiento en el que la princesa ponía todo su empeño por aprender, las miradas cómplices que se cruzaban entre ésta y el ” Principito” hacían presagiar que esa relación que existía entre ambos daría muchos quebraderos de cabeza al Rey.
Una fría y lluviosa noche de otoño mientras Nube disfrutaba en sus aposentos de una apacible y agradable lectura al calor de su chimenea, escuchó como sin previo aviso se quebraban en mil pedazos los cristales de los grandes ventanales de la estancia donde ella se hallaba recogida.
Sin demora y con el corazón a punto de estallarle, se puso alerta dispuesta a llevar a la práctica todas las técnicas ancestrales de defensa que le había enseñado su ” Principito”. Y así, atacar sin piedad a aquel o aquellos que habían osado invadir las entrañas de su descomunal castillo.
Valiente y decidida pero con el miedo llamando a las puertas de su alma, la princesa avanzó silenciosamente con el fin de sorprender a los bandidos. Pero antes de alcanzar el objetivo que se había propuesto sintió como de golpe alguien la agarró fuertemente de la mano y la subió a lomos de un blanco corcel que se dirigía velozmente bosque adentro.
Entre tanto, en la despavorida huida en la que el caballo de blanco marfil galopaba a la velocidad del viento, Nube trataba de adivinar quien era ese jinete que la había tomado a la fuerza y sacado a rastras de su palacio.
Y así, cabalgando a deshoras encima de ese caballo y abrazada al jinete misterioso, Nube quedó sumida en un profundo sueño.
Al despertar de su letargo sintió como una placentera sensación de calor le invadía todo el cuerpo, provocada por el avivado fuego de una hoguera recién encendida.
Mientras nuestra princesa abría lentamente sus grandes ojos aceituna, descubrió asombrada que ese hombre  al que no logró ver en sus andanzas por el bosque, no era ni más ni menos que su querido y adorado “Principito”.
El “Principito” como así lo llamaba la princesa, narró a ésta cada uno de los detalles que le habían llevado a sacarla a la fuerza de palacio en tan frenética huida.
Así que, sin más demora y habiéndole contado a Nube que esa panda de bandidos que entraron en su castillo tenían la orden de secuestrarla para pedir su rescate en oro al Rey, la convenció para que se fugara con él con el fin de protegerla hasta que pasara el peligro.
Nube perpleja y sin vacilar ni un instante miró fijamente al “Principito” y con una afirmación tajante le contestó que sería capaz de ir con él al fin del mundo si fuera necesario. Seguidamente, él se inclinó hasta el lugar donde la princesa se hallaba postrada y apartándole un mechón de cabello que caía sobre su rostro le prometió que jamás la abandonaría a su suerte pasase lo que pasase.
Fue justo en ese mismo instante, cuando mirándose a los ojos y sin necesidad de mediar ni una palabra más, sellaron sus labios y fundieron sus cuerpos hasta que el rocío del alba los sorprendió desnudos enmarcando esa bucólica imagen bajo un cielo de acuarela.
El día amaneció soleado dejando atrás la lluviosa noche en la que la pareja de enamorados se encontró. Y así, habiendo pasado el peligro que puso en riesgo la vida de la princesa, ésta y el “Principito” decidieron regresar a palacio con el acuerdo de amarse en silencio para no levantar las sospechas de un Rey quería a Nube casadera con algún noble de la corte. De lo contrario, mandaría cortar la cabeza de cualquier hombre que no reuniese los requisitos impuestos por un Rey déspota y avaro al que sólo le importaba cuanto oro pudiera tener sin importarle los sentimientos de su propia hija.
Entre tanto, los días transcurrían con normalidad y la rutina de palacio era la misma de siempre, salvo dos corazones latiendo al unísono de un mismo sentimiento.
Las horas de entrenamiento que la princesa pasaba junto al ” Principito” se alargaban cada vez más, aprovechando cualquier movimiento para robarse mutuamente alguna caricia que no levantara sospechas a los ojos del servicio real, que siempre merodeaba por allí en los quehaceres de palacio.
El Rey que era muy astuto empezaba a barruntar de tan estrecha relación y prohibió al “Principito” que se acercara a su hija.
Ante la fatal noticia, la pareja de enamorados determinó fugarse a un lugar lejano donde nada ni nadie pudiera decidir como debían vivir su amor.Así que, sin dudarlo ni un segundo más, emprendieron un largo y agotador viaje hacia una pequeña aldea donde el “Principito”” poseía una acogedora cabaña de madera situada junto a un riachuelo que pasaba por ahí.
Allí vivieron maravillosos días de eterna felicidad. Todas las noches volaban con la imaginación a lugares exóticos y mantenían largas conversaciones sobre sus inquietudes amándose hasta doler.
Eran los dueños del mundo que habían construido a base de esfuerzo y no había nada que pudiera empañar ese amor tan pletórico y mágico.
Pero una tarde en la que paseaban felices uno al lado del otro contemplando la hermosa cascada que hacía sublime el paisaje en el que se había convertido su hogar, vieron como de la nada apareció un siervo del Rey y sin dar lugar a que pudieran defenderse, el malvado hombre quiso atravesar con su espada de acero al adorable “Principito”.
Nube que no podía creer lo que estaba sucediendo, se interpuso entre la espada y su amado, y el frío  acero atravesó su ardiente corazón. Seguidamente el frágil cuerpo sin vida de la princesa cayó entre la frondosa hierba, dejando a su paso un reguero de sangre que llegó hasta el agua del río tiñiéndola en tristeza.
El “Principito” roto por el dolor y con la respiración entrecortada se arrodilló ante su amada que yacía inerte en el suelo y abrazándola fuertemente contra su pecho miró al cielo y juró que no bastaría una vida para quererla porque se amarían en esta vida y en todas las demás.

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EL HOMBRE DE OJOS OCEÁNICOS

ImagenHabía una vez en un lugar muy lejano, a unos cientos kilómetros del sur, un hombre cuyos ojos verdes desprendían rayos de luz a todo aquel que se cruzaba en su camino. A éste hombre lo llamaban el hombre de los ojos oceánicos. Lo llamaban así porque éstos eran de un color tan limpio y transparente que se podía divisar a través de ellos un horizonte repleto de amor y sinceridad. Pero en realidad había una historia más profunda que esta simple teoría.
El hombre de ojos oceánicos era una persona que irradiaba un alma nítida y una voz ahogada en un sinfín de hermosas melodías. Pero era en su mirada donde se escondía un gran secreto que él mismo desconocía.
Todas las noches cuando la luna asomaba a un cielo oscuro y las estrellas iluminaban los deseos que la gente depositaba en ellas, el hombre de ojos oceánicos derramaba lágrimas que se desprendían por su rostro, formando un mar infinito donde alguien se desprendía de su tristeza convirtiéndola en sueños.
Un día que despertó soleado y animado por la curiosidad que le brindaban noche tras noche unas lágrimas ajenas a sus sentimientos, el hombre de mirada cristalina acudió a un hechicero para intentar desvelar la gran verdad que escondía dicho secreto.
El hechicero, después de varios conjuros, dijo al hombre de ojos oceánicos que ese misterioso hecho debía descubrirlo él, cuando vencido por el cansancio sus ojos de fueran cerrando como un río de lágrimas y su corazón palpitase al vuelo de un ave. Sólo en ese preciso momento, sabría que sus ojos habían nacido para amar y se amados.
Así que sin demora, nuestro hombre de mirada turquesa y aconsejado por el sabio hechicero, se dispuso a dormir como cada noche con el fin de hallar esa verdad que lo tenía tan intrigado.
Tumbado en su lecho y habiendo cerrado los ojos, escuchó como del más absoluto silencio las lágrimas, que corrían como cascadas sobre su rostro, acompañaban al ritmo de una bella melodía.
Asombrado por la espectacularidad de aquel sonido, el hombre de ojos oceánicos, visitó de nuevo al hechicero para contarle lo sucedido.
El hechicero al escuchar ésto abrió la boca desmesuradamente, y frotándose las manos, miró sin vacilar a aquellos ojos enigmáticos apresurándose a decir que sin duda alguna, aquellas lágrimas escondían la clave del misterioso secreto.
Klein, que así se llamaba el hechicero, auguró al hombre de ojos oceánicos que esa misma noche cuando advirtiera resbalar una sola lágrima sobre él, la cogiera y guardara en un pequeño frasco de cristal. A partir de ahí, cada noche debería tararear esa melodía hasta convertirla en canción.
Así es que, cuando la noche comenzó a extender sus sombras, el hombre de ojos oceánicos se dispuso a componer sin cesar, siempre atento a esa lágrima que se estremecía de soledad dentro de aquel minúsculo botecito de cristal.
El hombre de ojos oceánicos, agotado por su afán de encontrar la verdad, fue vencido por el sueño.
Mientras dormía, las lágrimas que temblaban sobre sus párpados se deslizaban silenciosamente por sus mejillas. Y así, mientras vagaba por sus sueños, notó como en su hombro se posó una paloma en un incomprensible caos de luces y sombras.
Al abrir los ojos miró fijamente a la paloma, y ésta, se convirtió en una hermosa mujer que regalaba todo su amor a aquel hombre que la cautivó en silencio.
De pronto y sin aviso, el frasco que contenía la débil lágrima se rompió en mil pedazos y se desencadenó una tormenta como hacía tiempo no sucedía.
El hombre de ojos oceánicos y aquella exuberante mujer, se fundieron en un beso infinito envueltos por un halo cálido de luz ajeno a la tormenta. Nunca más se separaron y cuenta la leyenda que su historia de amor es la más bonita jamás contada.

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LA CUIDAD DE LUZ INERTE

Imagen El tono grisáceo que envolvía la ciudad como un fúnebre crespón, hacía que los habitantes que allí vivían deambularan sin rumbo con sus rostros somnolientos, perfilados por melancólicas y desalentadas miradas.
Era una ciudad abatida por la tristeza, y envuelta por una inusual y tétrica oscuridad. Sin la frescura de una brisa alentadora que invitara a respirar.
La luz del sol brillaba por su ausencia, y los días que transcurrían impasibles uno tras otro, eran del mismo negro azabache que una noche sin su luna y sus estrellas.
Era un lugar sombrío y enigmático donde la gente vagaba sin rumbo arrastrando los pies con el peso de alguna condena.
Parecía como si la vida se hubiera detenido en los corazones mustios y apagados de esas personas, y el tiempo hubiese quedado atrapado bajo la fina lápida de cristal que encierra un reloj de arena.
La extensa hilera de casas en ruinas que aún quedaba en pie, se alzaban hacia el cielo apuntando con los largos cuellos de sus chimeneas bocanadas de humo turbio que se entremezclaban con el ambiente.
Un ambiente frío y húmedo frustrado por una guerra intransigente llena de cobardía por seres carentes de escrúpulos, capaces de sacrificar la vida de aquellas personas que luchaban por tratar de sobrevivir en un mundo gobernado por la tiranía y el miedo.
El silencio se había adueñado de una ciudad enmudecida por las heridas tatuadas en cada rincón escondido de aquel lúgubre lugar.
Todo aquí era decadente. Las farolas que en su día se iluminaron para dar luz y vestir de fiesta a aquella ciudad, ahora parecían gigantescos esqueletos petrificados inmóviles ante los hechos violentos que se sucedieron, dejando a su paso muertes de vidas inocentes privándolas de toda libertad.
Un panorama desolador asentado bajo los escombros de una población inerte duramente castigada por una guerra difícil, dolorosa e inútil.

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COMO UNA FLOR MARCHITA

 ImagenEn los entresijos de su corazón aún quedan restos de la niña que fué. La que se dejaba guiar por el viento fresco que la envolvía como un manto suave con olor a rosas perfumadas.
Un cuerpo liviano que volaba al compás del tronar de los pajarillos a los que quería alcanzar sin necesidad de poseer alas. Una veleta sin norte, sur, este u oeste.
Daba igual cualquier destino mientras de su lado caminaran sus denominados “amores” pertenecientes al candor de su hogar. Ahí no había miedos ni temores, solo caricias desinteresadas llenas de ternura infinita.
Se aferraba a sus recuerdos y se dejaba arrastrar por ellos como las olas se dejan llevar por el mar para poder tocar tierra.
Pero al abrir las ventanas de sus ojos y toparse con la inmediata realidad en la que se hallaba sumida, esos recuerdos se desaprendían por sus mejillas como ríos de tinta dejando entrever un rostro marcado por evidentes signos de maltrato continuo.
Su sueño de niña se vió malogrado por aquel hombre que la hizo esclava de su propia vida, manejando los hilos de la marioneta en la que la había convertido.
Se sentía frágil como un cristal apunto de quebrarse en mil pedazos y en su alma se había arraigado una tristeza tan sumamente profunda que se sentía presa en la cárcel de su propio cuerpo.
Y así como una flor marchita tendida en el suelo dibujado por una alfombra roja, con olor a sangre fresca, dejó este mundo sin hacer ruido esbozando una tímida sonrisa que la haría volar con total libertad hacia un nuevo horizonte.
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